Hacia 1996 J.
Delors realizó un informe a la UNESCO sobre las perspectivas de la educación del
siglo XXI, señalando que los almacenamientos y flujos de la información se
verían afectados por su masividad y eficacia de trasmisión, lo que implicaría
que habría que tener presente la fijación de parámetros, que ofrecieran
optimizar los proyectos individuales y colectivos para la generación de
conocimientos. Este informe propone cuatro pilares del conocimiento sobre los
cuales la educación debe estructurase: Aprender a conocer, aprender hacer,
aprender a vivir y aprender a ser.
Haciendo una relectura
de este documento existen desde mi perspectiva al menos tres aspectos, que
sustentan su vigencia al inicio del primer cuarto del siglo XXI. Primero la
concepción actual del trabajo que debía “satisfacer el objetivo más amplio de
una participación y de desarrollo dentro de los sectores estructurado o no
estructurado de la economía”. Un segundo aspecto, sería el descubrimiento del
otro, donde el objetivo de la educación debería tener como misión, la enseñanza
de la diversidad, en situaciones en que el ser humano debe relacionarse con los
demás, teniendo en consideración previa el milenario consejo helénico de
“conocerse a sí mismo”. Para así, lograr la capacidad instrumental de
intercambio de argumentos en un contexto de pluralidad dialógica. El tercer
aspecto correspondería a la importancia de trabajar grupalmente, de manera
colaborativa con el objetivo de “tender hacia objetivos comunes”.
Además, en el
informe se tiene presente la afirmación de que el quehacer educativo se da en
un sistema económico y social determinado, por cuanto cabe preguntarse si este
sistema responde a los desafíos globales financieros y tecnológicos. Una
respuesta inmediata nos muestra que la efectividad de los múltiples esfuerzos
es bastante dispar, lo que llama a decidir si debiéramos insistir en este
camino que nos ha llevado a la situación actual o elegimos encontrar una nueva
ruta para realinear nuestros sistemas sociales y económicos.
Para argumentar
una respuesta a lo anterior, utilizaré las ideas desarrolladas por Colm Kelly
(2018)[1],
quien inicia su artículo promoviendo la necesidad de reconocer tres supuestos
fundamentales que debemos desafiar si deseamos proponer una economía que
funcione para la sociedad, estos son:
a.- Que el
crecimiento económico entrega progreso social;
b.- Que los
resultados financieros son un fin aceptable en sí mismo;
c.- Que existe un
equilibrio sistémico que se puede mantener a través del status quo.
Además, Kelly
afirma que: “las revoluciones industriales anteriores avanzaron en el
desarrollo económico, pero en gran parte han sido a expensas del planeta…
existe un consenso científico creciente de que los sistemas de la Tierra están
bajo una presión sin precedentes, con una serie de límites planetarios… los
riesgos aumentarán“, esto porque el crecimiento de la población mundial demandará
mayores niveles de alimentos, materiales y energía. En este sentido, lo que se
busca es motivar un cambio que se enmarque en un concepto de economía, que
sirva “para ayudar a restablecer un sistema económico, que tenga como su
mecanismo satisfacer una variedad infinita de necesidades humanas. Con diversas
oportunidades, contribuyendo a los objetivos sociales sobre una base sostenible”.
Lo que se propone
en este artículo de Kelly, que “las economías no solo necesitan objetivos
financieros, sino también sociales, que reflejen las necesidades de las
comunidades locales, ciudades, regiones y países; priorizando las necesidades
humanas básicas; y mirando más allá de los indicadores simplistas de éxito,
como el PIB”. Es decir, lo que se busca es que hayan “propósitos comunes” entre
los distintos agentes que participan, sin subyugarse exclusivamente a los
resultados financieros. De soslayar esto, las compañías actuales corren el
riesgo de perder su camino, de definir su propósito en correlación con los
objetivos de desarrollo de las Naciones Unidas. De aquí la importancia de que las empresas o
instituciones asuman propósitos comunes, para actuar en un marco útil que ayude
a las compañías a clarificar su contribución a la sociedad.
Tomando la
directriz definida en el párrafo anterior, se proponen cuatro principios que
pueden ayudar a orientarse hacia un propósito común, estos son:
1. La
conectividad global y la iniciativa local deben ir de la mano;
2. Mirar más allá
del desempeño financiero;
3.- La tecnología
puede no protegernos, más debemos reconocer que genera nuevas oportunidades.
4. Educar para el
futuro.
Finalmente, “a
medida que las máquinas realizan un trabajo cognitivo cada vez más previsible,
las personas deberán adquirir nuevas habilidades, adaptabilidad y creatividad,
y aplicarlas junto con las competencias digitales y técnicas. La educación y la
capacitación tendrán que repensarse, para que los jóvenes tengan las
habilidades para trabajar en un mercado laboral global e interconectado”. Cabe señalar
que las universidades deben tener en cuenta que este siglo XXI, habrá personas
que acudan a sus aulas demandando una educación de futuro, que contemple el
aprendizaje a lo largo de toda la vida, pues si el pasado siglo finalizó en
contexto líquido, el presente actual es cada vez más volátil.
Bibliografía
Delors, Jacques
(1994). "Los cuatro pilares de la educación", en La Educación
encierra
un tesoro.
México: El Correo de la UNESCO, pp. 91-103.
Change is
required to focus economies on their original purpose –
to deliver
societal progress
https://www.pwc.com/gx/en/issues/assets/pdf/pwc-creating-common-purpose-2018-global-solutions.pdf
[1]
Colm Kelly, Global Leader - Tax and Legal Services, and Global Leader, Purpose,
PwC and Blair Sheppard, Global Leader, Strategy and Leadership, PwC
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