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Thursday, April 04, 2019

Una mirada desde el siglo XXI al Informe Delors


Hacia 1996 J. Delors realizó un informe a la UNESCO sobre las perspectivas de la educación del siglo XXI, señalando que los almacenamientos y flujos de la información se verían afectados por su masividad y eficacia de trasmisión, lo que implicaría que habría que tener presente la fijación de parámetros, que ofrecieran optimizar los proyectos individuales y colectivos para la generación de conocimientos. Este informe propone cuatro pilares del conocimiento sobre los cuales la educación debe estructurase: Aprender a conocer, aprender hacer, aprender a vivir y aprender a ser.

Haciendo una relectura de este documento existen desde mi perspectiva al menos tres aspectos, que sustentan su vigencia al inicio del primer cuarto del siglo XXI. Primero la concepción actual del trabajo que debía “satisfacer el objetivo más amplio de una participación y de desarrollo dentro de los sectores estructurado o no estructurado de la economía”. Un segundo aspecto, sería el descubrimiento del otro, donde el objetivo de la educación debería tener como misión, la enseñanza de la diversidad, en situaciones en que el ser humano debe relacionarse con los demás, teniendo en consideración previa el milenario consejo helénico de “conocerse a sí mismo”. Para así, lograr la capacidad instrumental de intercambio de argumentos en un contexto de pluralidad dialógica. El tercer aspecto correspondería a la importancia de trabajar grupalmente, de manera colaborativa con el objetivo de “tender hacia objetivos comunes”.

Además, en el informe se tiene presente la afirmación de que el quehacer educativo se da en un sistema económico y social determinado, por cuanto cabe preguntarse si este sistema responde a los desafíos globales financieros y tecnológicos. Una respuesta inmediata nos muestra que la efectividad de los múltiples esfuerzos es bastante dispar, lo que llama a decidir si debiéramos insistir en este camino que nos ha llevado a la situación actual o elegimos encontrar una nueva ruta para realinear nuestros sistemas sociales y económicos.

Para argumentar una respuesta a lo anterior, utilizaré las ideas desarrolladas por Colm Kelly (2018)[1], quien inicia su artículo promoviendo la necesidad de reconocer tres supuestos fundamentales que debemos desafiar si deseamos proponer una economía que funcione para la sociedad, estos son:
a.- Que el crecimiento económico entrega progreso social;
b.- Que los resultados financieros son un fin aceptable en sí mismo;
c.- Que existe un equilibrio sistémico que se puede mantener a través del status quo.

Además, Kelly afirma que: “las revoluciones industriales anteriores avanzaron en el desarrollo económico, pero en gran parte han sido a expensas del planeta… existe un consenso científico creciente de que los sistemas de la Tierra están bajo una presión sin precedentes, con una serie de límites planetarios… los riesgos aumentarán“, esto porque el crecimiento de la población mundial demandará mayores niveles de alimentos, materiales y energía. En este sentido, lo que se busca es motivar un cambio que se enmarque en un concepto de economía, que sirva “para ayudar a restablecer un sistema económico, que tenga como su mecanismo satisfacer una variedad infinita de necesidades humanas. Con diversas oportunidades, contribuyendo a los objetivos sociales sobre una base sostenible”.

Lo que se propone en este artículo de Kelly, que “las economías no solo necesitan objetivos financieros, sino también sociales, que reflejen las necesidades de las comunidades locales, ciudades, regiones y países; priorizando las necesidades humanas básicas; y mirando más allá de los indicadores simplistas de éxito, como el PIB”. Es decir, lo que se busca es que hayan “propósitos comunes” entre los distintos agentes que participan, sin subyugarse exclusivamente a los resultados financieros. De soslayar esto, las compañías actuales corren el riesgo de perder su camino, de definir su propósito en correlación con los objetivos de desarrollo de las Naciones Unidas.   De aquí la importancia de que las empresas o instituciones asuman propósitos comunes, para actuar en un marco útil que ayude a las compañías a clarificar su contribución a la sociedad.

Tomando la directriz definida en el párrafo anterior, se proponen cuatro principios que pueden ayudar a orientarse hacia un propósito común, estos son:
1. La conectividad global y la iniciativa local deben ir de la mano;
2. Mirar más allá del desempeño financiero;
3.- La tecnología puede no protegernos, más debemos reconocer que genera nuevas oportunidades.
4. Educar para el futuro.

Finalmente, “a medida que las máquinas realizan un trabajo cognitivo cada vez más previsible, las personas deberán adquirir nuevas habilidades, adaptabilidad y creatividad, y aplicarlas junto con las competencias digitales y técnicas. La educación y la capacitación tendrán que repensarse, para que los jóvenes tengan las habilidades para trabajar en un mercado laboral global e interconectado”. Cabe señalar que las universidades deben tener en cuenta que este siglo XXI, habrá personas que acudan a sus aulas demandando una educación de futuro, que contemple el aprendizaje a lo largo de toda la vida, pues si el pasado siglo finalizó en contexto líquido, el presente actual es cada vez más volátil.


Bibliografía

Delors, Jacques (1994). "Los cuatro pilares de la educación", en La Educación encierra
un tesoro. México: El Correo de la UNESCO, pp. 91-103.

Change is required to focus economies on their original purpose –
to deliver societal progress
https://www.pwc.com/gx/en/issues/assets/pdf/pwc-creating-common-purpose-2018-global-solutions.pdf


[1] Colm Kelly, Global Leader - Tax and Legal Services, and Global Leader, Purpose, PwC and Blair Sheppard, Global Leader, Strategy and Leadership, PwC

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