"Veritatis simplex oratio est"

Séneca

Thursday, July 23, 2009

Educación superior: Responder a los desafíos de capacitación que contribuyan con una sociedad democrática y pluralista.
Francisco de la Fuente V.

Educar a nuestros jóvenes en el ciclo de la educación superior obliga a resolver algunas interrogantes previas, que son de responsabilidad de reflexionarse previamente por el educador antes de adentrarse en el proceso de enseñanza-aprendizaje. Estas interrogantes están dadas en el contexto del quehacer pedagógico, que pueden enunciarse al menos con la formulación de dos preguntas: La primera apunta a tener conciencia en al plano científico intelectual de si ¿Acaso es posible educar?, y lo segundo en el plano valórico de que si ¿Es un deber educar?

Responder previamente a esto nos remite hacia las problemáticas de la educación o lo que actualmente identificamos como un estado de crisis de la enseñanza en todos sus niveles. Pero si tomamos en consideración la opinión de Hanna Arendt respecto a que las crisis en sí son oportunidades para pensar creativamente el decir y el hacer, entonces podemos asumir con optimismo el reto de responder positivamente a dichas preguntas.

De esta respuesta afirmativa nace la necesidad de identificar los paradigmas en los cuales se mueven la Juventud actual, antes de decidir aplicar formulas pedagógicas preconcebidas, en las cuales el estudiante no sea considerado ni llamado a participar. Quizás sea pertinente hacer el ejercicio de recordar a Gustav Wyneke cuando nos insta a orientar la educación hacia el mismo absoluto y no hacia las necesidades de la vida cotidiana, en otras palabras la educación no ha de considerarse como una preparación de la vida práctica sino como un campo particular de la búsqueda y del servicio del absoluto, del espíritu objetivo. Si hiciéramos esto último, estaríamos realmente preparando a nuestros estudiantes con las competencias intelectuales y valóricas que les permitirían contribuir en el desarrollo del futuro de la humanidad.

Para Zygmunt Bauman la formación del estudiante no debiera focalizarse específicamente en promover las habilidades técnicas y competencias centradas en el trabajo, sino que debería orientarse hacia la formación de un ciudadano participativo que recupere los espacios públicos, con el fin de promover el diálogo y los derechos democráticos. Todo esto para evitar que se convierta en un ciudadano ignorante del quehacer socio-político de su entorno, incapacitado de controlar sus propio futuro y el de la sociedad.

Ante nuestros estudiantes, cabe preguntarse hasta que punto debemos innovar curricularmente en la enseñanza superior, hacia el logro de competencias que tengan como concreción un saber hacer, que responda particularmente a una necesidad laboral de las empresas. Por esto es importante tener en cuenta que al subordinar el proceso de enseñanza-aprendizaje hacia el logro de competencias y habilidades que garanticen el desempeño profesional futuro de nuestros estudiantes, no implica necesariamente que deba soslayarse la importancia de considerar un saber ser, que en palabras de Wyneke se nos aparece como un objetivo espiritual, que se encuentra más allá de nuestras posibilidades actuales de entender la naturaleza, y que ha sido un móvil exclusivo que ha acompañado el camino histórico de la humanidad.

En el desarrollo histórico humano la cultura y la educación se relacionan como una dualidad inseparable, que se vinculan transformándose durante el tiempo histórico, lo que deriva en la necesidad de abordar las posibilidades mismas del quehacer educativo, para lograr que nuestras juventudes que alcanzan la educación superior puedan acceder al proceso de la transmisión cultural, en un marco educativo multicultural que contribuya a que los estudiantes adquieran los conocimientos, actitudes y habilidades que les permitan construir una sociedad democrática y pluralista orientada al Bien Común.

Hacia los años 60 del siglo pasado Myers, Edward (1960) realizó un estudio comparativo de las ideas pedagógicas y sus paradigmas educativos de varias civilizaciones, llegando a la afirmación que existía una creciente tendencia a considerar la educación como un producto antes que como un proceso. Teóricamente podemos asegurar que en nuestros días esto está fuera de tema de discusión, en el orden práctico el objetivo que anhelamos es de que un graduado mantenga su apetito de conocimiento a través de toda su vida profesional, aunque este logro es un aspecto que en mi opinión necesita ser verificado durante el desempeño laboral más concienzudamente.

Tampoco hoy podría extrañarnos afirmar que vivimos en una sociedad consumista en que la mayoría de las cosas han pasado a constituir productos, los cuales se convierten en mercancías que se transan en un mercado. Por ello, el conocimiento y su accesibilidad se enmarcan dentro de este contexto de mercantilización creciente, al cual la educación actual responde como un producto más que puede adquirirse. Tal consideración nos conduce inevitablemente a recordar las características que se le asignan actualmente en nuestras sociedad a los productos, respecto a la durabilidad y validez, las que se dan dentro de un mercado que privilegia lo novedoso, lo que responde a un aspecto de desgaste rápido que hace imposible garantizar su conservación en el tiempo.

Este es el mundo en el cual se mueven nuestros estudiantes, es menester reconocer este contexto si deseamos tener éxito en el proceso de enseñanza-aprendizaje. Hoy se escuchan voces por todas partes exigiéndoles compromisos de largo plazo que evidencian obligaciones y responsabilidades que no están dispuestos a asumir de por vida, ante una realidad que les demuestra que las relaciones vinculares de las cosas sólo se dan en tiempos determinados, más temprano que tarde lo que se espera es que los productos pasen a descansar en la basura, indicador de acumulación que refleja nuestra adaptabilidad en esta sociedad de consumo.

Nuestros jóvenes tienen pleno conocimiento que la educación puede ser un producto, al cual no pueden comprometerse ya que esto les implicaría perder libertad de movimiento, y por consiguiente verían disminuidas sus oportunidades. De tal manera que es lícito que se pregunten de por qué debieran tratar como una excepción a la regla los conocimientos que adquieren en su proceso de enseñanza-aprendizaje en las instituciones universitarias, como si tales conocimientos-productos tuvieran una diferencia respecto al nivel de innovación acelerada en que se mueven por ejemplo los software y hardware en el sector computacional.

Al concluir quisiera recordar que vivimos en una sociedad que ha sido identificada por Zygmunt Bauman como una modernidad líquida, en la cual los compromisos de la juventud actual no son estáticos sino que se construyen en el día a día, las relaciones vinculares se mantienen en el tiempo en la medida que se cultivan recíprocamente, en espacio que responden a intereses comunes en un mundo de naturaleza errática en que lo esencialmente seguro es la impredecibilidad del cambio. El conductismo ha quedado hace mucho tiempo atrás, hoy debemos orientarnos hacia la construcción de conocimientos oportunos, ya que nos deslizamos sobre una delgada capa de hielo en lo cual la única estrategia viable es confiar en la velocidad.

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