En tiempo de
Pentecostés en que el mundo cristiano celebra el día de la manifiesta venida
del Espíritu, lo que representa la consumación de la resurrección del Cristo, y
teniendo como hecho comunicativo que el Espíritu Santo revela a los seres
humanos una serie de dones a través de la Gracia de Dios. Entre esos dones está
la piedad y la sabiduría.
Pienso que es difícil
separar lo numinoso que podemos encontrar en el sentido de Pentecostés, lo que
llevaría a un rápido rechazo por la razón tal como lo fue para los contemporáneos
de Sócrates, para aceptar su sentido mítico de lo religioso a su idea del
daimon. Por tanto, no a de extrañar que Sócrates haya sido acusado de
sacrilegio en contra de las creencias de su época por falta de piedad.
Para mi reflexión
personal sobre estos dones utilizaré mis lecturas del diálogo Eutifrón de
Platón, entendiendo que éste nos regala la oportunidad de seguir su derrotero
ético y su saber generoso para acercarnos al entendimiento de la piedad. Para
ello, primero me haré cargo de una pequeña introducción al diálogo platónico, y
luego lo relacionaré brevemente con la celebración de Pentecostés, desde la
mirada de la gracia divina.
Eutifrón es una
conversación entre el propio Eutifrón y Sócrates, en que deliberan sobre dos
procesos en que se ven cada uno envuelto, el primero es un acusador de
excepción de homicidio en contra su propio padre, en cambio el segundo, se
convertirá en reo de una acción judicial pública acusado de corromper a los jóvenes.
El diálogo de
Eutifrón tiene como principal propósito encontrar una definición de la piedad,
en cuya plática Sócrates manifiesta su agudeza para profundizar sobre ella, a
través de su prodigiosa mayéutica de la cual afirmaba que proveía de su
“madre”: como señala José Ferrater Mora: “Por medio de sus constantes
interrogaciones, Sócrates hacía surgir dondequiera lo que antes parecía no
existir: un problema. De hecho, toda su obra se dirigió al descubrimiento de
problemas más bien que a la búsqueda de soluciones. El problema hacía
desvanecerse los falsos saberes, las ignorancias encubiertas, las inauténticas
satisfacciones”.
Además, suma su
infaltable ironía que en palabras de Romano Guardini: “busca intranquilizar el
corazón de los hombres y ponerles en tensión, para que a través de ella se
produzca ese movimiento hacia la verdad-bien en el interlocutor mismo, bien, si
este no se deja ayudar; en el oyente", en este caso ante la experticia de
Eutifrón quien presume su utilidad y diferenciación ante el común de los
hombres, dado que conoce "las cosas con exactitud” (5a).
Cabe mencionar
que la ironía de Sócrates no se constituye en un desprecio por el prójimo, sino
que ella es una manera elegante de liberar al otro, compartiendo la búsqueda de
la verdad. Sócrates siempre tiene presente que “sabe que no sabe”, y en esto
esta la grandeza de su soberanía interior.
Sócrates busca en
este diálogo impugnar la acusación desde la justificación lógica de Eutifrón,
mostrándole que la acción en contra de su padre olvida los deberes de naturaleza
humana y las obligaciones de parentesco sanguíneo que se derivan de ello. Kant
lo señala como imperativo incondicionado ante el formalismo de la ley,
considerando la excepcionalidad por razones de parentesco.
Sócrates solicita
a Eutifrón que le aclare qué es lo que entiende por piadoso e impío (5e), luego
prosigue preguntando si lo piadoso lo es por serlo o depende de la aprobación
divina (10a). Sócrates centra este asunto en el campo de la causalidad para
aclarar que no es el efecto la causa de una acción; como lo piadoso; sino que
la acción es la causa de este efecto. De esta manera lo piadoso en el contexto
de la religiosidad griega según Sócrates no debe quedar definido por si agrada
a los dioses, sino que por su naturaleza.
He aquí un punto
de actualidad para la vivencia cristiana de Pentecostés, en especial en estos
días en que el mundo necesita tanto la capacidad de entendimiento para superar
la pandemia, donde se demanda sabiduría para enfrentar con caridad la
precariedad de ciertas estructuras sociales en nuestras comunidades.
Tomemos en
consideración las epístolas a los Gálatas y Romanos especialmente si podemos
encontrar en sus lecturas que opondrán la Gracia a la ley, es decir, primero el
perdón a la exigencia de justicia que el hombre debe realizar como base de sus
relaciones con Dios; pero también la vida en “el amor de Dios” derramado en
nuestros corazones por Espíritu Santo que nos ha sido dado (Rom 5,5).
Consciente de la
distinción histórica de la Gracia es que me adhiero en este comentario al
concepto de Gracia “gratum facientes”, es decir, cuyo efecto inmediato es quien
las recibe es el ser introducido en la amistad con Dios, que regala la
capacidad de ceñirse a una correcta realización de los dones que derrama la Gracia.
Hagamos un
corolario considerando el don de la piedad al servicio de la caridad, no sólo una
virtud de la religión como una forma de justicia hacia Dios, sino que hacer de
nuestro diario vivir un ejercicio piadoso. En tiempo de Pentecostés podríamos
utilizar la habilidad para encontrar en nosotros la presencia de dones como la
piedad, la sabiduría y el entendimiento entre otros, buscando que nuestras
relaciones con el prójimo converjan en una comunión fraterna en el interior de
la caridad divina derramada en nuestros corazones por el Espíritu Santo (Rom
5,5).
Bibliografía:
Platón. 1966. Eutifrón o de la Piedad.Ed.Aguilar. Buenos
Aires, Argentina.
Ferrater M, José. 1958. Diccionario de Filosofía. Editorial
Sudamericana. Buenos Aires, Argentina.
Bouyer, L.2002. Diccionario deTeología. Editorial
Herder.Barcelona, España.
Guardini, Romano.2016. La muerte de Sócrates. Ediciones
Palabra. Madrid, España.
Biblia.1903. La Santa Biblia. Versión de Cipriano de Valera.
Madrid, España.
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