Es posible que en estas horas o días
estemos llegando al término de las movilizaciones estudiantiles, cuyo tema
central ha estado en la igualdad de género, aspectos que han sido dialogados
extensamente entre los estamentos universitarios, y del cual se espera avanzar
positivamente en la solución de las problemáticas de dicho tema.
Más allá de los logros que puedan haberse
alcanzados por las movilizaciones, este comentario pretende realizar un
análisis desde una perspectiva diferente, y para ello quisiera considerar una
lectura previa del Prof. Pedro Morandé, referidas al concepto de sacrificio en
el concepto de la modernidad.
Seguramente nuestra percepción nos hará
concordar que la sociedad moderna ha superado la necesidad social de realizar
rituales sacrificiales; no parece haber dudas en esto; pero a su vez es
perceptible que en esta modernidad el sacrificio no ha desaparecido, aunque se
utilicen diversas técnicas comunicativas que lo enmascaran o buscan
minimizarlo.
Cabe aclarar que reconozco que dicho
sacrificio puede darse en el plano personal e íntimo, mas este comentario se
produce en la coyuntura social, la cual he declarado como contexto inicial. A
su vez, evidenciar que hay circunstancias históricas, en que respecto al
sacrificio se producen alzas en su densidad comunicacional, lo que lleva a que
sea más perceptible socialmente.
En el texto de lectura referido -el
sacrificio- utilizando un lenguaje económico, ha estado permanentemente
referenciado a otro concepto como es el costo social, que corresponde cuando
estamos ante la presencia de un daño o pérdida que una sociedad en razón a su
apuesta de desarrollo tiene que sobrellevar. Es necesario, aclarar
inmediatamente la exigencia ética que implica cualquier costo social, y ello
debe resguardar que sus fines se alcancen a través de medios lícitos, validados
por principios legitimados culturalmente, y no exclusivamente por la eficiencia
de los recursos asignados.
Concordando con el Prof. Morandé, cuando define el sacrificio como una categoría
racional que nos ayuda a comprender la estrecha relación existente, entre el
valor ético y el valor económico, el que se da en un contexto de pautas
miméticas de una cultura, y por consiguiente nos permite extrapolar que no
solamente estamos frente a un costo social, sino que también ante un costo
cultural.
Considerados estos aspectos generales del
sacrificio, teniendo presente que por más que intentemos minimizar su presencia
en el quehacer social en este siglo XXI, éste se nos presenta, como en el
ámbito que nos convoca este comentario, y por tanto es prudente preguntarse si
los representantes dialogantes en las comunidades estamentales, estaban
conscientes de las implicancias de este sacrificio al regreso a la convivencia
universitaria.
Por cierto, es evidente que las comunidades
universitarias en su gran mayoría marcan una clara tendencia a valorar
positivamente los objetivos de las movilizaciones por la igualdad de género, y
de la importancia de hacer cambios en sus contextos culturales. Aún así cabe la
responsabilidad de reflexionar sobre los sacrificios que nos deja en las
comunidades académicas los acuerdos alcanzados, considerando los valores que
declaran los diversos centros de educación superior.
Quizás sea menester anhelar por esto de
empezar a trabajar el sacrum facere que implica la confianza en una comunidad,
especialmente si la consideramos como un sustrato primario de nuestro ser.
Bibliografía
- Morandé, Pedro. 1981. El sacrificio como
categoría económica: bases para la comprensión sociológica del papel del
sacrificio en la polis.
- Taylor, Charles. 2014. La era secular.
Tomo I. Editorial Gedisa. Barcelona, España
- Zambrano, María, 2018. Hacia un saber
sobre el alma. Ed. Alianza Editorial. Madrid, España p.107
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