La muerte es una situación límite que el
ser humano ineludiblemente deberá enfrentar al termino de su vida, la
interrogante ética es si el hombre puede buscarla o solicitar asistencia para
su propia muerte, pues evidente que un ser humano no muere para sí mismo. La
sociedad no puede excluirse de la responsabilidad ética de procurar la atención
asistencial de aquellos pacientes terminales, cuya calidad de
supervivencia sea sin el respeto
irrestricto a su dignidad como persona, no sólo desde la perspectiva corporal
sino que también espiritual.
En tal sentido Karl Rahner señala que “el
termino del Hombre como persona espiritual que decide libremente su propia
suerte, ha de ser consumación activa desde dentro, situarse activamente en su
perfección o imperfección, dar el postrer testimonio, que resulta y como resume
en general toda su propia vida. En este caso la muerte lleva consigo la total
posesión de sí mismo por parte de la persona”[1].
El derecho de un paciente a morir con
dignidad su propia muerte es una situación que no sólo se remite a la persona
que demanda la obligación moral de dejar morir, sino que también involucra al
personal médico y el entorno asistencial, como a su propio entorno familiar. Sin
dudas que vivimos en una sociedad pluralista en la cual nos enfrentamos a dos
procesos que buscan construir un marco ético: “El primero es negativo,
delineando los límites críticos que deben respetarse para evitar la ulterior
fragmentación de la sociedad y recuperar la confianza básica constructora de la
ciudadanía. El segundo es positivo,
despertando el sueño de ideales que yacen en el corazón humano resistente a
todo discurso que se limita tan sólo a lo pragmático”[2].
Lo anterior puede
plantearse desde la enseñanzas de la Enciclica Veritatis Splendor de Juan Pablo
II, en ella se propone un modelo ético de la Opción Fundamental en que el
hombre más que elegir cosas se elige a sí mismo, orientando su vida de acuerdo
a valores que emergen del querer fundamental de realización, plenitud o
felicidad que habita en el fondo de todo ser humano, teniendo ante sí dos
opciones fundamentales: “la opción por la vida, por la apertura a los demás, a
la fe, por la aceptación del Otro o, por el contrario, el encerramiento, la
clausura en sí mismo, el egoísmo, que en definitiva es la opción por la muerte”[3].
En pleno siglo XXI se
acrecienta la dificultad de atender a la recomendación de San Agustín cuando
nos señala que: “nunca es lícito matar a otro; aunque él lo quisiera, incluso si
lo pidiera, cuando, suspendido entre la vida y la muerte, suplica que le ayuden
a liberar su alma que lucha contra las cadenas del cuerpo y desea romperlas, no
es lícito ni siquiera cuando un enfermo no esté en condiciones de sobrevivir”[4]. Sin
dudas que los avances científicos y tecnológicos han obligado a la Iglesia a
enfrentar estas disyuntivas éticas, aunque han mantenido esta mirada
agustiniana. Es así como el propio Papa Pío XII se vió enfrentado; al inicio de
la segundad mitad del siglo pasado, a la
dificultad de definir cuando en un moribundo se separa el alma del cuerpo para
considerarlo muerto, optando en la oportunidad de dejarle a la ciencia dicha
responsabilidad resolutiva.
Aunque la encíclica Veritatis Splendor
advierte sobre los peligros de desvío en la aplicación del modelo ético de la
opción fundamental, es evidente que este ha permitido un avance en “que la
evaluación moral aparece con cierto sentido existencial, biográfico, afectando
la integridad de la persona en su profundidad y evitando el sabor legalista y desencarnado
de la ética casuista”, y por consiguiente “descubrir la opción fundamental de
una persona (o la propia) ayuda a comprender mejor el sentido de las acciones
de alguien, su grado de coherencia”[5].
En opinión de Tony Mifsud “el valor de la
vida humana incluye el cuidado de su calidad. En otras palabras, lo fundamental
no consiste en prolongar la vida como el fin exclusivo de la práctica médica,
sino también cómo sanar y aliviar el sufrimiento de quienes así lo necesiten”[6].
Es evidente que la eutanasia se nos muestra como un grito desesperado, no
obstante la actitud no puede centrarse en una solución únicamente desde la perspectiva
de las respuestas invasivas científicas y tecnológicas, pues estamos frente a
personas que demandan un nivel de comprensión, al enfrentar el límite de sus
vidas, donde el dolor sea tratado considerando su dignidad humana.
Acaso los defensores de la eutanasia
pueden decidir que un tratamiento del dolor y cuidados paliativos de un enfermo
terminal, con una adecuada intervención en el manejo sintomático, incluyendo la
necesaria asesoría psicológica de la familia, no afectarían la decisión de un
paciente por la opción de la vida y no de la muerte. Tony Mifsud propone esto,
en que “la ética cristiana habrá de ofrecer un marco de sentido al enfermo
terminal y a su familia”[7].
Es oportuno recordar que estamos en un mundo interrelacionado, un mundo de vida
descrito por Habermas como: “el horizonte de experiencias que no pueden
traspasarse, que solo acompaña intuitivamente, y como fondo de vivencia solo
objetivamente presente de una existencia cotidiana personal, ubicada
históricamente, encarnada corporalmente y socializada comunicativamente”[8].
Es un hecho que la vida tiene valor porque
está referida a una persona que es claramente identificable, que además es un
sujeto que vive construyendo su propia biografía, lo que es más que el hecho
biológico de vivir, es decir lo más importante es vivir y no el hecho de estar
vivo. De aquí que uno de los criterios más utilizado para justificar la
eutanasia sea la calidad de vida, la afectación de este criterio por no poder
realizar los intereses propios, padecer de un sufrimiento inútil y no poder
sostener la dignidad son razones suficientes para demandar una muerte digna.
En
definitiva no hay una respuesta definitivamente sobre la aceptación de la
eutanasia, sin duda que ante la necesidad concreta de una decisión el análisis
deberá tratarse caso a caso. Ante esta dificultad que me supera, para finalizar
me apoyaré en la propuesta de Hilary Putnam que cita el optimismo estratégico de John Dewey,
considerando el siguiente texto, y apelando a la indulgencia de ustedes
lectores por tan larga cita: “El bien no puede percibirse por los sentidos ni
probarse mediante el cálculo del beneficio personal. Implica una radical
empresa de la voluntad en interés de lo que es invisible y prudencialmente
incalculable. Sin embargo, semejante optimismo de la voluntad, semejante
determinación del hombre de que, en la medida de que dependa de su elección,
sólo reconocerá el bien como real, es muy diferente de un rechazo sentimental a
ver la realidad de la situación tal cual es. De hecho, cierto pesimismo
intelectual, en el sentido de estar dispuesto sin titubeos a sacar a la luz cuestiones
espinosas, a reconocer y buscar injusticias, a advertir cómo el presunto bien
se usa a menudo para ocultar lo que es en realidad un mal, forma parte
necesariamente del optimismo moral orientado activamente a que prevalezca lo
correcto. Cualquier otro punto de vista reduce la aspiración (a realizar lo
correcto) y la esperanza (de su primacía), que constituyen la esencia del
coraje moral, a una alegre y superficial propensión a ver o esperar lo mejor de
las cosas; y, al ser incapaz de contemplar el mal hecho a los demás en su
irreflexiva búsqueda de lo que llama “bueno”, linda con la brutalidad, una
brutalidad bañada por una atmósfera de sentimentalismo y en la que florecen los
eslóganes del idealismo” (Dewey, Ethics. 1908, p.371)[9].
[1] Rahner, Karl. Sentido teológico de la muerte. Barcelona 1965. p.
34
[2] Mifsud, Tony. Sugerencias éticas para un desarrollo humano.
Universidad Alberto Hurtado. Clase Magistral, 22 de marzo de 2001
[3] Martínez C.,Juan A. Libertad de Verdad. San Pablo, Teología Siglo
XXI. Madrid 1995. p. 186
[4] San Agustín. Ep 204,5: Corpus scriptorum ecclesiasticorum
latinorum 57, 320
[5] Martínez C.,Juan A. Libertad de Verdad. San Pablo, Teología Siglo
XXI. Madrid 1995. p. 192
[6] Mifsud, Tony. Decisiones responsables. Una ética del
discernimiento. Ediciones Universidad A. Hurtado. Santiago 2012. p. 365
[7] Ibid., 367
[8] Habermas, Jürgens. Mundo de la vida, política y religión.
Editorial Trotta. Madrid 2015. p. 24
[9] Putnam, Hilary. Ética sin ontología. Alpha Decay. Barcelona 2013.
p. 29-30
9 comments:
Hola Franco, que bueno que has vuelto y con que temazo, complicado pero si tengo que elegir mi opción es por la vida, hasta donde se pueda, de ahí se verá
Slds
Bernardo
Shhaas apareciste, que pasaba amigo, acso por el tema... profundo, quizás demasiado para mi. Ni la vida es digna a veces y queremos que la muerte lo sea es como empezar por las patelis o no.
grandes abrazos amigo
Antonio
Francisco Hola, que alegría leerte, necesitaba leer algo, se echa de menos esta manera de que te embarcas en los temas, lo he leído y volví hacerlo es que la eutanasia es algo que no me agrada tomarlo a la ligera, y me has dado argumentos para repensarla, como siempre. Carlos piensa lo mismo echamos de menos las tertulias al olor de un rico café.
Amigo no te vayas para adentro: escribeee, muchos cariños
Cristina
Pd. Carlos dice que no le gusta pensar en la muerte, que hombre no?
Profe que bueno, me queda la duda si habrá buena utilización si se abre la puerta a las clínicas privadas, hummm no me dan confianza.
Siento que no tenemos la cultura del respeto
Cuidese
Ana María
Francisco
cuando pienso en la muerte ruego que sea sin aviso, fugaz, que bueno que te acordasteis del blog ¿por este tema? ¿Acaso ya te está preocupando la edad?
muchos cariños
Cristina
Pancho, para mi un derecho a mi autonomía
Un abrazo
Lalo
Francisco hola
en este mundo en que todo se compra o vende por qué no podriamos comprar una muerte digna, Dios tendrá clara las leyes del mercado se nos aplican a nosotros en todo orden de cosas.
Javier
Pancho es un derecho que no estoy dispuesta a discutir, libertad y automía para mis decisiones por sobre todo
Cariños
Angélica
PD. que alegría leerte nuevamente, es un placer raro por estos días
Paco, no es lo mismo opinar que vivirlo, y no poder tomar decisiones, que importante es hacer previamente un testamento biológico y no traspasar a la familia tan difícil situación.
Un abrzo
Miguel Ángel
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