Por cierto que es una dificultad que me pregunten que cómo
es posible que siendo una persona inteligente crea en Dios. Un problema
inmediato de esto es dar por aceptado que soy una persona inteligente, lo cual
evidentemente no lo se, ni me interesa saberlo. Acto seguido es necesario
aclarar que la acción de creer es una actitud de desarrollo voluntario, que es
menesterosa de la perseverancia de ser motivada continuamente por la razón.
Antes de intentar dar una respuesta teológica a la
problemática de la existencia de Dios, en la que utilizaré mis humildes
herramientas obtenidas del manantial
que fluye de mis lecturas personales, me he propuesto recordar al poeta Paul Claudel quién bajo el
paradigma del cientificismo de su época perdió la fe en Dios.
Claudel aunque se nos aparezca como una paradoja es
conducido por Rimbaud hacia lo sobrenatural, lo cual se une a su experiencia
“mística” que le ocurre en una de sus visitas a la catedral de Notre Dame,
que provoca en él un impacto tal
que lo instala nuevamente en el camino de la fe, esa vivencia de conversión
queda descrita con sus propias palabras así: “Al intentar reconstruir, como lo
he hecho a menudo, los minutos que siguieron a aquel instante extraordinario,
encuentro los elementos siguientes que, sin embargo, formaban un solo
relámpago, una sola arma de la que se servía la Divina Providencia para
alcanzar y abrir, por fin, el corazón de un pobre muchacho desesperado: ¡qué
dichosas las personas que creen! ¿Sí en verdad fuera cierto…? ¡Es cierto! Dios
existe. Está ahí. ¡Es alguien! ¡Es un ser tan personal como yo! Me ama. Me
llama”[i].
Debo confesar ante ustedes que la poesía de Claudel me
transporta hacia una dimensión sobrenatural donde lo humano se relaciona con
Dios, o quizás donde sus versos me acogen llamándome hacia Él. Aun así
reflexiono que la respuesta a mi teodicea esta en la teología más que en la
poesía, a través de las palabras enunciados por algunos de los más
connotados teólogos cristianos.
Parece ser que la pregunta inicial sobre lo inteligente
desconoce que justamente es al revés, que para creer en la existencia de Dios
se necesita una inteligencia, que permita encontrar las pruebas satisfactoria
de la existencia de ese “Algo superior”. Cuando señalo esto estoy recordando
las ideas de Nicolás de Cusa, cuando nos ayuda a reconocer que la inteligencia,
en todos los hombres, es en potencia todas las cosas, y crece gradualmente de
la potencia hacia el acto según se encuentre en mayor o menor potencia. Pero el
máximo, dado que este es la realización plena de toda potencia intelectual, por
el hecho de existir plenamente en acto, no puede existir de ninguna manera si
no es concebido como Dios.[ii]
Bueno, considerando los connotados teólogos a los que me he
referido antes, intentaré aportar la primera prueba de la existencia de Dios,
por tanto la que mencionaré
primero es la ontológica que corresponde a San Anselmo de Canterbury, en la
cual si alguien piensa en Aquello de lo cual nada mayor es posible pensar, no
cabe otra idea que debe existir en algo tanto en el pensar como en la realidad,
entonces lo mayor existe sin lo cual nada puede pensarse, y que lo reconocemos
como Dios.[iii]
La segunda prueba que aportaré es la que expone Santo Tomás
de Aquino en su Suma teológica [iv], que
corresponde a cinco tesis:
a.- La primera tesis señala el argumento del motor no-servido
donde el ser no es todavía.
b.- La segunda tesis corresponde al argumento de la causa
eficiente, donde ya se trata del ser, pero en relación a su termino mismo
c.- La tercera es el argumento de necesidad y contingencia
del ser ya constituidos
d.- La cuarta tesis corresponde a los grados diversos del
ser, que nos permite alcanzar el ser en su más alto grado
e.- La quinta es el argumento de las causas finales que
trata del perfeccionamiento del
ser por su finalidad teleológica.
Si
quisiéramos resumir estas cinco tesis lo que se buscaría sería relacionar el
ser con una realidad concreta cuyo fuerza de su argumentación está en la razón
natural. Finalmente me queda
aportar la Prueba de Juan Duns Scoto[v] que a
diferencia de Santo Tomás no se sustenta
en una realidad existente sino que en una idea metafísica que nos dice
que el principio de causalidad es necesario y universal, ya que no hay efecto
alguno sin causa, pues todo lo que comienza a existir tiene una causa.
Duns Scoto divide las causas en esencial y accidentalmente
subordinadas donde la primera produce el efecto a través de su propia
naturaleza a diferencia de la accidental que no es una causa porque sólo llega
a serlo de manera accidental. Esta división le permite en las primeras afirmar
que es posible entre los seres alguna causa eficiente y primera, que ni es
efectible ni causa en virtud de otro.
Si atendemos en nuestro saber que “hay algún ser posible, ya
sea por sí, o por otro, o por nadie”, es claro que esta última es absurda pues
la nada no puede producir algo, y en el caso de la primera tampoco es aceptable
porque nada puede producirse a sí mimo. Por tanto, es necesario que el ser
posible lo sea por otro. Esto obliga a Duns Scoto a replantearse que debe haber
un momento de ascendencias en las causas por otro, en que lleguemos a una causa
primera totalmente inefectible que no provenga de otra, sino que de sí misma,
porque la infinitud ascendente es inadmisible y por tanto la Primera Causa
eficiente debe existir.
Me he propuesto no profundizar en demasía en este artículo,
considerando que ello aumenta la probabilidad de que no sea leído. De aquí que
concluiré ahora aunque antes me
haré cargo de la diversidad
religiosa monoteísta de quienes creen en la existencia de Dios, y que se han
empoderado con ser los que poseen la verdad y el camino hacia Dios.
Para lo anterior me basaré en el “Libro de gentil y los tres
sabios”[vi]
del catalán Ramón Llull, de quien puedo asegurarles que su planteamiento del
diálogo interreligioso es el más profundo y bello que he conocido. La trama nos
conduce a la historia de un gentil de buena fe quién se encarga de preguntarles
a tres sabios, entre los cuales hay un cristiano acompañado de un judío y un
sarraceno, cada uno de estos tratan de mostrarle al gentil de los beneficios de
adorar a Dios según sus propios caminos.
Ramón Llull nos ofrece en su libro “la razón y la forma de
iluminar al entendimiento turbado y de despertar a los que duermen para que,
sean estos ajenos o propios, se abran al conocimiento preguntándose qué ley les
parece que fue la elegida por el gentil para ser agradable a Dios”. En
definitiva Llull no nos deja explícito si el gentil ha elegido una de las
religiones, pero si muestra ante los sabios que el gentil ha descubierto al
Dios único y verdadero, lo cual queda expresado con las siguientes palabras “…
adorar y bendicir y agradecer a su señor y su creador … Y era tan grande la
devoción que (los tres sabios) veían en el gentil, que en su alma les remordía
la conciencia, acusándolos de los pecados en que habían perseverado: más aún al
constatar cómo el gentil, en tan poco tiempo, había llegado a tener una tal
devoción que lo llevaba a glorificar el nombre de Dios, mucho mayor que la de
ellos que habían tenido el conocimiento de Dios de mucho antes”.
Por cierto ustedes saben que no soy un gentil, y hace toda
una vida que siento que el camino hacia Dios está en el corazón de cada hombre…
Que estén bien.
[i] Aguirre V,
Magdalena. Paul Claudel y el sentido de la vida. Mención honrosa, Concurso
Literario 30º aniversario Copec. Editorial Nacimiento. 1965. Santiago.
[ii] Nicolás de
Cusa, “La docta ignorancia”, ed Orbis, Buenos Aires, Argentina, 1984,
traducción del latín, prólogo y notas de Manuel Fuentes Benot.
[iii] San
Anselmo. Proslogion. Editorial Folio. 2007
[iv] Santo Tomás
de Aquino. Suma teológica. Biblioteca de Autores Cristianos. Madrid, MMXII
[v] Merino, José
A. Juan Duns Scoto: Introducción a
su pensamiento filosófico-teológico. Biblioteca de Autores Cristianos. Madrid, MMVII
[vi] Llull
Ramón. Libro del gentil y los tres sabios. Biblioteca de Autores
Cristianos. Madrid, MMVII
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