En breves palabras relata que en un trance de su vida se encontraba atrapado; sin salida, dándose cuenta de la imperiosidad de encontrar una salida para sentir placer de vivir, es por ello que toma la decisión de dejar de ser mono. Llama la atención que aclare que no debemos entender tal acto de salida como un deseo de lograr la libertad, ya que el no piensa en este gran sentimiento de poder moverse en cualquiera de las direcciones de los puntos cardinales, la cual él dice haber conocido en sus tiempos de mono y que ahora hominizado ha podido ver que hay algunos hombres que la añoran.
Es así como enfrentado ante una situación ineludible tuvo aún que no lo atraía imitar a los hombres, esto como el mismo lo expresa: “… merced a un empeño que hasta ahora no se ha repetido sobre la tierra, he alcanzado la formación media de un europeo. Tal vez eso no sea, en sí, gran cosa; pero algo será, cuando me ayudo a salir de la jaula y me procuró esta salida especial, esta salida humana …”. A esta altura mis recuerdos habían realizado el proceso mental desde la corteza sensorial hasta la corteza prefontal, llevando a pensar que mientras el mono vio una salida en su humanización, los hombres intentamos el camino hacia Dios.
Ciertamente los seres humanos estamos en situación geopolítica en similares circunstancias que el mono, aunque por nuestra parte hemos buscado variantes para encontrar una salida, como es el caso de la humanización de Dios, en este sentido podemos tener presente lo que Nietzsche nos dice en su obra “Más allá del bien y el mal”, respecto a que alguien de conocimiento podría hoy fácilmente sentirse como la animalización de Dios.
Alguien escribió por ahí que el hombre es un animal que no puede irse, al no poder validar en vida racionalmente una salida; esta exigencia de validación la hago pues el lector podría emplazarme con el acto de suicidio, volviendo al hilo de la trama el hombre en su búsqueda de una salida construye una historia de la humanidad que le permite afirmar que avanza, aún en el sentido trágico de su vida parafraseando una obra de Unamuno, quizás sin desearlo cae en la trampa y la habita como mundo.
Finalmente, una vez más concuerdo con Sloterdijk que los hombres enfrentaron una situación de sin salida que los obligo a un cambio revolucionario de su quehacer, y este se dio en neolítico cuando paso a la vida sedentaria y se autoimpuso un cerco forzado para resistir en un territorio, así la vida humana se hace más autóctona, generando un nuevo paradigma centrado en la obsesión de los conceptos de la genealogía, parentesco y propiedad. El mismo autor nos expresa que: “…la inevitable consecuencia del temprano autocerco autóctono fue el encadenamiento del hombre a la galera del origen y la procedencia; en ella, toman el timón los principios del pensamiento genealógicos –en primer lugar, el axioma primigenio de que tiene que haber principios, monarcas lógicos, con su supremacía sobre las cosas secundarias, los vasallos, también lógicos, vinculados con causalidad y retribución, línea genealógica y cadena kármica, imposibilidad de desligarse del pasado y los muertos, preponderancia del parentesco y la territorialidad sobre la simpatía y libertad de movimiento- Si se quisiera caracterizar la manera de ser de las sociedades tradicionales con un rasgo fundamental, éste se hallaría en la sumisión de toda palabra viva a la muerta: el testamento”.
Decidí dejar mi descanso al lado de esa jaula y caminar hacia la salida, sin mirar al simio que con sus ojos vivaces pareciera haberme trasmitido que conocía la historia del mono que se convirtió en hombre, y que había aprendido la lección de que una salida necesariamente no es lo mismo que la libertad. De tal manera que pensé que lo que faltaba por reflexionar era si los humanos aprenderíamos algún día esa diferencia, teniendo eso sí en cuenta que el hombre rebelde es la excepción y el homo patiens la regla.
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