Hace una semana concurrí a la conferencia dictada por el Dr. Diego Molina sj,
especialista en eclesiología y académico de la Universidad de Granada, España,
donde se reflexionó sobre la crisis que vive la iglesia católica, la que aseguró
no estar causada únicamente por las repudiables acciones de connotación sexual
de algunos religiosos. Con lo cual podemos estar de acuerdo en primera
instancia, más no en la importancia mayor que tiene estas acciones frente a
otras causas de la crisis eclesial.
Tengo la percepción de que de alguna manera el alejamiento de algunos
creyentes de los templos no sólo ha sido afectado por el pluralismo de las sociedades y la
incapacidad de la Iglesia de conformarse como real comunidad, como lo mencionó
el Dr. Diego Molina sj., y especialmente porque dicho distanciamiento no ha
sido comparable estadísticamente con la disminución de la religiosidad de las
personas. Aunque si concordamos que es bastante probable que la baja concurrencia a los templos se deba
a que los esfuerzos pastorales de los sacerdotes no hayan sido del todo
fecundos.
Desde mi mirada de observador externo, aunque es aceptable la influencia que
ha tenido el secularismo sobre dicho alejamiento; como lo señalo unos de los presentes;
también lo ha sido el fideismo y clericalismo exacerbado al no seguir los
caminos trazados por el Concilio Vaticano II, es evidente que las jerarquías de
la iglesia han desoído el mensaje de los signos de los tiempos históricos
pastorales, considerando que la crisis tiene que ver con la preocupación que
han privilegiado por el funcionamiento del poder y la falta de promover
mecanismos de participación de la comunidad.
Más allá de lo reflexionado en esta
conferencia, posteriormente me ha provocado una inquietud intelectual en dos
aspectos. El primero nace de la necesidad que la iglesia tome con honradez real
el camino de la opción por los pobres, pues este es el mensaje de un Jesús
histórico que enfrento la ceguera culpable (Mt 7,3) y la hipocresía (Lc 11,
37-53), dada la relevancia que tiene para Dios Padre la verdad (Jn 1,14).
Un ejemplo es el camino de verdad y vida (Jn 14,6) que siguió hasta su
asesinato el obispo Oscar Arnulfo Romero de El Salvador, quien defendió a los
pobres y denunció ante el mundo las injusticias sociales de su pueblo, y que este
último domingo ha sido canonizado por el
Papa Francisco. En este hecho cobran fuerza las palabras del teólogo Karl
Rahner de que “la realidad quiere tomar la palabra”[1],
y que en el caso particular de San Oscar Romero, fue su misión pastoral de dar
voz a la realidad, como lo señalo: “Estas homilías quieren ser voz de los que
no tienen voz”[2].
El segundo aspecto es responderse la pregunta de la necesidad de la
existencia de Dios (teodicea), o en su defecto sostener el sentido de la vida
en un humanismo (antropodicea). Por cierto, es un tema que no podré desarrollar
en este breve comentario, donde hay al menos dos intereses contrapuestos entre
los que no se cuestionan la existencia de Dios, quizás para no debilitar su
creencia religiosa, y otros que niegan su existencia sin abordar una
argumentación que la ciencia no le puede dar con certeza. Agrego sí, que una
visión de fe no impide la duda, ni la necesidad de razonar una respuesta a la
presencia de Dios.
Finalizo con un mensaje de Ignacio Ellacuría, en el cual nos muestra que en
la academia deberíamos asumir la responsabilidad de dar la palabra a la
realidad, pues “la universidad debe encarnarse entre los pobres
intelectualmente para ser ciencia de los que no tienen voz, el respaldo
intelectual de los que en su realidad misma tienen la verdad y la razón, aunque
sea a veces a modo de despojo, pero que no cuentan con las razones académicas que
justifiquen y legitimen su verdad y su razón”[3], es decir debemos dar voz a sus realidades teniendo voluntad por la verdad.
Bibliografía:
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