En mis lejanos primeros diez años de mi
vida, esta fecha llegaba con un sentimiento de gozosa esperanza de que el Viejo
Pascuero vendría una vez más, dejando el regalo aquel deseado; aún sin hacer
necesaria la autoreflexión de cómo este viejo se enteraba de ello.
En Chile es el árbol el que se ubica en
el centro del arreglo navideño y por eso mismos años considerábamos con mi
hermana, que más que contar con un pesebre lo primordial era cumplir con el
requisito de un árbol con muchas luces llamativas, motas de algodón blanco,
unas cuantas figurillas y los infaltables dulces (ambrosoli), los cuales antes
del día de navidad terminaban convertidos en envoltorios de piedras que recogíamos en
el patio. Por cierto, mi madre cansada de esto, en cierto momento nos colocó
una trampa con algo incomible que ni siquiera deseo recordar.
Varios decenios han pasado, aunque ahora
estoy en casa frente al árbol de navidad con su pesebre respectivo, es un árbol
distinto no tiene dulces y el oficio de Viejo Pascuero lo tuve que aprender, y
por supuesto aún sigo siendo un discípulo del maestro, que en un par de meses
está por cumplir 102 años, que espero que los celebre junto a la compañera de
toda una vida; unos años menor aunque no tantos: mi madre.
Los sentimientos no son los mismo, hoy
hay nostalgia de quienes no están conmigo; parientes y amigos que han partido;
de hecho por la tarde rehusé ir al café de siempre para evitar colocarme en una
posición de observador platónico, buscando introspectivamente encontrar y
rescatar el espíritu de la natividad de Jesús. Por la mañana, luego de hacer un
corto paseo por el centro de la ciudad, me fue imposible no darme cuenta del
nivel de consumismo en el cual navegamos, donde por supuesto los porcentajes de
participación son muy desiguales.
Por consiguiente, al mirar este árbol
2016 con ausencia socrática intento armarlo en mi interior lo más cercano a mi
corazón, utilizando las imágenes de todas aquellas personas que han sido parte
de mi vida, estén aquí o en el más allá, que siempre recuerdo y que en
ocasiones olvido, con quienes he sido muy feliz o hemos tenido dificultades
difícil de superar, ya sea por falta de humildad propia o porque ellos se
sienten que poco o nada puedo aportarles a sus proyectos de vida, por cierto
que reconozco y agradezco profundamente las enseñanzas que me dieron tantos, y
que el algún momento no agradecí ni comprendí.
Hoy salgo al encuentro de todas estas personas con
la intención de hacer renacer en ellos este espíritu de la navidad, para que a
partir de aquí, miremos juntos hacia el firmamento, para identificar una estrella
luminosa que inste nuestras vidas a seguir las enseñanzas de aquella que
resplandeció en Belén, unidos fraternalmente por un abrazo generoso de buena
voluntad, pleno de paz y amor: Feliz Navidad.
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