Un elemento más que se agrega a dicha gravedad es que los humanos confundimos con demasiada facilidad lo que es el recordar con respecto a lo que es el imaginar, pues la memoria es buena para recordar la esencia y el sentido de las cosas, pero no tiene la misma precisión para recordar los detalles de cómo ocurrió realmente el comentario en su contexto.
Esto empeora cuando el sujeto mal intencionado se ha dedicado a manipular el entorno y luego utiliza como evidencia tales comentarios para reafirmar una postura personal, incluyendo la intransigencia operativa de su discurso, del que no es dable dudar o discutir sobre dicho antecedente que pergeñado en su oportunidad ya ha sido conocido por el entorno. En otras palabras desde su perspectiva intransigente le impone a los demás, la falta de necesidad de realizar mayores comprobaciones que las que él ha justificado por sí mismo.
En definitiva esto es bastante peligroso para mantener una sana convivencia particularmente entre pares, pues estas conductas preenjuiciadas y dogmáticas derivan en que tales personas no son consciente que sus creencias distorsionan el pasado, el que afectado genera posturas en que dichas creencias se readecuan a intereses sesgados que refuerzan y justifican los comentarios negativos.
Curiosamente en entornos intelectuales; en los cuales las personas tienden a catalogarse como científicos, y que por ende debiera esperarse menores posibilidades de que ocurran esta distorsiones relacionales, es donde nos encontramos que muchos de estas personas se aferran a un paradigma de certidumbres olvidando la gran contribución del físico alemán Werner Heisemberg en el siglo recién pasado, al legarnos un nuevo paradigma que aleja los determinismo, señalándonos como directriz inequívoca que debemos convivir en un mundo de probabilidades.
En la actualidad diversos estudios de la mente humana concuerdan que todo hecho se mantendrá en la memoria de manera directamente proporcional a la intensidad emocional en la cual se produjo contextualmente. Quizás por ello es que no podemos decidir quién es más sabio al momento de convivir, aquel que utiliza su pasado como fuente de su presente y futuro, o aquel que lo olvida para reconstruirse e innovar su presente para abrirse a un futuro de alternativas probables.
En este aspecto en cuanto a mi accionar he decidido acogerme a la opinión de Punset, quién se apunta en la matización a la hora de pensar el futuro, cuando dice que: “las convicciones heredadas aplastan el poder de comprensión que pueda tenerse de las cosas y, más sospechoso aún, esas mismas convicciones influyen también la interpretación del pasado”., y no cometer el error de Laplace: “Lo que ya he demostrado no hace falta consultarlo con Dios”.
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