Más temprano que tarde he iniciado ese
camino inevitable de retirarme de la docencia universitaria de pregrado, para
encontrar un nuevo comienzo. Por lo pronto en mi atiborrada oficina académica,
entre papeles, libros y cosas que sólo me han interesado a mi, debo comenzar un
desalojo físico y un inminente desapego intelectual.
No soy el primero como tampoco seré el
último, de hecho en los últimos años algunos de mis colegas, se vieron
enfrentados a similar situación emocional. Por ejemplo Miguel Guzmán o la
tristeza de Hugo Alonso. Hubo otros que no terminaron de despedirse del todo,
Ramón Correa, Francisco Hevia y no hace mucho Carlos Ruiz Tagle.
Ramón en lo personal fue un caso muy
especial, pues fue mi profesor en mi Alma Mater en Concepción, para
reencontrarnos a comienzo de este siglo cuando ejercía el cargo de Decano en la
Facultad de Ciencias. Con el paso del tiempo pase a ser parte de uno de sus
selectos grupos de tertulias filosóficas de los días miércoles. De esto, me
embarga un sentimiento de frustración penosa por no haber tenido la capacidad
de cultivar esta senda, a pesar que para ser justo conmigo mismo, he
participado en varios intentos para
crear espacios de diálogos al interior de la comunidad universitaria, como la
posibilidad de crear un centro de divulgación humanista para vincularnos con la
sociedad de la región antofagastina. En fin sin resultados.
Destacable fueron los encuentros académicos
entorno a la Pastoral Universitaria, donde con un mínimo de ellos nos
esforzamos en hacer universidad en el marco del humanismo cristiano. No esta
demás decir que así conocí a Pablo Reyes, quién no hace muchos días atrás,
luego de más de cuatro décadas en la academia se despidió regalándonos una
muestra intelectual y artística de su trayectoria, a la cual me sume
agradeciendo su irrestricta amistad bloguera a través de las incontables
contribuciones que enriquecieron ese espacio intelectual.
Bueno quizás pudimos haber hecho más,
para lo que he defendido como un objetivo imprescindible para sentirse parte de
una comunidad universitaria: hacer universidad. No obstante lo anterior,
recupero la alegría ante la satisfacción de haber tenido la oportunidad de
disfrutar de tales vivencias intelectuales. Este sentimiento me fortalece al
mirar por el ventanal de mi oficina que la vida institucional continua; los
seres humanos estamos de paso; aún así renace en mi una esperanza de
genuina resiliencia de que más allá habrá
lugares, en que no hay todavía la clausura de una última lección, en el cual
aún sea menester seguir dando lo que se ha almacenado en sí mismo, para la
solidaridad y generosidad de nuevas generaciones.
Agradezco a la universidad haberme
permitido el espacio y tiempo para darle a muchos proyectos de vida juveniles
la oportunidad de convertirse en realidad, como también a cada uno de las
personas que son o han sido parte de la comunidad universitaria a lo largo de
estos años, pues sin un trabajo colaborativo no es posible construir
instituciones sostenibles, como nos recuerda Tal Ben-Shahar: "La vida es
difícil. Hay desafíos, perdidas, caídas. La pregunta es qué hacemos cuando
esto sucede. Las personas más felices y exitosas son las que enfrentan los
momentos complejos de mejor manera. También, las que son capaces de entender
que en todo esto hay un aprendizaje y una lección que nos hará crecer".
Al regreso a casa me siento en el
taburete ante el piano, con una mano propongo un acorde de emociones sostenidas
y con la otra deslizo mis dedos con pretensión rítmica: do, re, mi, fa… para
justificar la necesidad de pensar un nuevo comienzo en mi vida, o mejor dicho
en la parte final de ella. Volver a casa, de eso se trata, con mi familia,
amistades presentes y por sobre todo con mi amada mujer. Sí, es que también en un rincón de este hogar
entre anaqueles se encuentran mis amigos y maestros de toda una vida, ellos me
han acompañado con sus luces y sus sombras, pero por sobre todo con sus voces
silenciosa de palabras cristalinas.
Volver a casa, para dialogar con Hegel,
Bergson, Stein, Heiddeger, Arendt, Jasper, Gadamer y Habermas. Tendré tiempo
para atender a Foucault, Rawls, Elías, Schultz, Boltanski y Bourdieu. Y también
Guardini, Tilich, Bultmann, Rahner, Kung, Kasper y Ratzinger o simplemente
dejarme convencer por Jung y los versos de Rumi… habrá tiempo?
En palabras de Ortega y Gasset: “Cuando
pedimos a la existencia cuentas claras de su sentido no hacemos sino exigirle
que nos presente alguna cosa capaz de absorber nuestra actividad [...].¿Quién
que se halle totalmente absorbido por una ocupación se siente infeliz?“ La
respuesta a esta pregunta es una oportunidad personal que es recomendable
hacerse, cada vez que nos ocurre una situación que da espacio a reflexionar.
He comprobado que esto es posible hace pocos
días atrás, cuando uno de los académicos más jóvenes de mi entorno, nos leyó a
varios de nosotros el poema “Desiderata”, en cuyos versos se recorre la
experiencia de vivir y para qué vivir, los que a mi juicio quedan definido en
una simple sentencia: encontrar la felicidad. Es así, leamos sus versos
finales: “Conserva la paz con tu alma en la bulliciosa confusión de la vida,
que aún con toda su farsa, penalidades y sueños fallidos, el mundo es todavía
hermoso. Sé cauto. ¡Esfuérzate por ser feliz!”.
En definitiva, vivir las emociones con contención
para así generar un sentimiento reconstructivo, que promueva un estado de ánimo
estable para enfrentar un futuro que se agota en mi presente, sin dejar de
acrecentar mi pasado, cuyos recuerdos alimentaran la plenitud de vivir mi
comunidad fractal.
Bibliografía
Tal
Ben-Shahar. 2009. Even Happier: A Gratitude Journal for Daily Joy and Lasting
Fulfillment. Ediciones McGraw Hill. New York.
Prólogo de José Ortega y Gasset al libro
de Eduardo Figueroa Alonso-Martínez ( Conde de Yebes): Veinte años de caza
mayor.
Ehrmann, Max. Desiderata, sabiduría para
vivir. Vergara
& Riba Editoras, 2003.
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