Ayer mientras esperaba mi hora de
dirigirme al aeropuerto de Santiago para volver a casa en Antofagasta, me
detuve por enésima vez a tomar un expreso en el Café Colonia, un lugar que
tradicionalmente me permite pensar más allá de la lectura circunstancial que
tenga entre manos.
Al observar con detenimiento la fachada
del local; con su ir y venir de parroquianos, recordé un almuerzo junto a G en
la gran manzana de Nueva York, más precisamente en el Restaurante Le Marais que
es un típico steak house de tradición judía, aunque con un prime rib de
garantía. Nueva York es una ciudad multicultural donde no merece dudas que lo
judío se destaca en todos sus rincones, por cuanto estar en ella es una
oportunidad que en mi perspectiva tolerante, hace a un muslim aprovecharla para
consumir un par de steaks kosher.
Como
es natural en una ciudad tan plena de diversidad cultural la hora de almuerzo
se retarda más de lo acostumbrado, lo que hizo que al salir del Le Marias la
oscuridad del día haya llegado muy pronto, considerando que estábamos a fines
de diciembre en el hemisferio norte. Sin embargo, el espectáculo luminoso de
Times Square con sus letreros LED gigantes, acompañados de un bullicio musical
trepidante entre el cual se mueve una muchedumbre con destinos diversos, es de
por sí una aventura turística inolvidablemente recomendable de vivir.
Antes de volver a la lectura y terminar mi expreso, teniendo presente que el proceso de leer no es un acto de pensar, como tampoco meditar corresponde a pensar puesto que esta busca vaciar la mente hacia una quietud espiritual, hice una última reflexión de la maravillosa oportunidad que regala la vida para sentir la plenitud de existir, sólo por el hecho de tener la voluntad de profundizar en nuestra mente, aquellos momentos en que hemos tenido la alegría extrema de convivir con nuestros seres amados, con los cuales experimentamos nuestra verdad y gozamos de hitos de felicidad.
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