Ayer mientras esperaba mi hora de
dirigirme al aeropuerto de Santiago para volver a casa en Antofagasta, me
detuve por enésima vez a tomar un expreso en el Café Colonia, un lugar que
tradicionalmente me permite pensar más allá de la lectura circunstancial que
tenga entre manos.

Como
es natural en una ciudad tan plena de diversidad cultural la hora de almuerzo
se retarda más de lo acostumbrado, lo que hizo que al salir del Le Marias la
oscuridad del día haya llegado muy pronto, considerando que estábamos a fines
de diciembre en el hemisferio norte. Sin embargo, el espectáculo luminoso de
Times Square con sus letreros LED gigantes, acompañados de un bullicio musical
trepidante entre el cual se mueve una muchedumbre con destinos diversos, es de
por sí una aventura turística inolvidablemente recomendable de vivir.
Antes de volver a la lectura y terminar mi expreso, teniendo presente que el proceso de leer no es un acto de pensar, como tampoco meditar corresponde a pensar puesto que esta busca vaciar la mente hacia una quietud espiritual, hice una última reflexión de la maravillosa oportunidad que regala la vida para sentir la plenitud de existir, sólo por el hecho de tener la voluntad de profundizar en nuestra mente, aquellos momentos en que hemos tenido la alegría extrema de convivir con nuestros seres amados, con los cuales experimentamos nuestra verdad y gozamos de hitos de felicidad.