"Veritatis simplex oratio est"

Séneca

Saturday, October 31, 2015

Un Mundo Feliz: ¿Gattaca?


Hace unos días atrás tuve por obligación que ver la película Gattaca, la primera inquietud fue preguntarme si estaba ante una obra de ciencia ficción, teniendo a la vista que los avances en las técnicas de reproducción humana asistida, ya no son una ficción futura sino que una realidad cercana. Es así, que debo reconocer que esta dramatización nos enfrenta a un tema de fondo que nos demanda una reflexión responsable, en cuanto a sí la dignidad humana o lo que se entiende por ella, está ha resguardo de nuestro poder de manipulación tecnológica.
Hasta ahora hemos dejado que la procreación sea un evento en el cual el azar sea la regla a respetar. Aunque con certeza no podemos afirmar con ello, que tal formalidad azarosa de reproducción ni la prohibición de intervenir el genoma humano nos asegure el bienestar de la supervivencia humana, particularmente si consideramos como imperativo moral alcanzar los mejores estándares de calidad de vida. En mi opinión es esta una respuesta en desarrollo, especialmente si tenemos en cuenta lo señalado por Habermas: “si es compatible con la dignidad de la vida humana ser engendrado con reservas y sólo ser declarado digno de existir y desarrollarse después de un examen genético”[1].
La trama de la película de Andrew Niccol nos muestra una situación dicotómica de su protagonista (Vincent), por un lado su cuerpo defectuoso y por otro un ser que ha sido concebido en una tradicional relación amorosa reproductiva humana. De aquí que sea necesario preguntarse si la sociedad debe hacerse cargo, de que habiendo las condiciones biotecnológicas para evitar que un individuo enfrente su vida en condiciones físicas disminuidas, se decida no intervenir en su derecho a la vida como sí mismo, por el solo hecho de privilegiar un origen que ha sido fruto del azar y  de un acto amoroso relacional de sus progenitores.
Aún así queda pendiente otra preocupación que es “determinar el genoma de un futuro ser  humano, para sujetarlo a los fines que pretenden los que le hacen llegar a la existencia… constituiría la forma más extrema de negación  de la dignidad humana e incluso, en ciertos casos, de esclavitud, pues constitutivos esenciales de la identidad de personas humanas estarían predeterminadas para ser puestos al servicio de fines que no serían los suyos”[2]. Detrás de este párrafo pareciera que hablará el mismísimo Marqués de Sade que despojó a la razón de todo fin ético, “no es sorprendente que los pensadores de la Escuela de Francfort, con Adorno y Horkheimer a la cabeza, hayan visto en él a uno de los precursores más brillante de la razón instrumentalizada…” [3].
Hoy se puede afirmar que las manipulaciones genéticas están en condiciones de permitir cada vez más que los padres  instrumentalicen su razón, para engendrar hijos con criterio predeterminados de selección y planificación, sin importar ni preocuparse por la dignidad de un nuevo ser, donde el principal objetivo válido es ver nacer hijos según deseos que pueden ser satisfechos utilizando un laboratorio genético. En otras palabras los progenitores no se obligarían a considerar que “el otro, con su dignidad de persona, pone un veto incondicional, un “no” absoluto a mi libertad, un “no” que no puede ser superado sino en el “sí” de la aceptación del otro en el valor que es él mismo, en su ser-persona”[4].
Estas reflexiones me devolvieron al placer de una antigua lectura de la obra “Un Mundo Feliz”[5] de Aldous Huxley, en la cual nos anuncia que hacia el año 2500 nuestro mundo tendrá un control social, en el que el azar estará excluido, donde, los seres humanos serán moldeados clónicamente y producidos en series, primando un criterio de estandarización, que asegure que cada uno cumpla un rol que beneficie la armonía y estabilidad de la sociedad. Queda así de manifiesto que la sociedad pone al servicio de sus integrantes el progreso científico, en el convencimiento que con ello los ciudadanos tengan acceso a una felicidad asegurada, aunque sea obligatoria.


La película Gattaca y el libro de Huxley tienen aciertos en su desarrollo de su contenido argumental que motivan a una reflexión, de tal manera que quedan en la retina preguntas que hoy ya no son ciencia ficción, como la preocupación de que en la denominada época posmoderna, hemos despojados lo absoluto del sentir  humano, donde la inteligencia se pone al servicio del poder, no para vivir sino que para sobrevivir. De hecho “cuando el derecho a la vida y la propia vida dejan de ser absoluto desde la concepción hasta la muerte natural, convierto al otro en algo solo material y relativo, no trascendente, y menos espiritual y sagrado, que puedo destruir o manipular a la luz de mis deseos u objetivos personales, o de grupos, conocimientos e ideas fanáticas y sobrevaloradas”[6].
En estas tramas antiutópicas propuestas tanto por el guión fílmico como en el argumento de Huxley, no aparece una “Realidad Fundante, Trascendente, Personal”[7], que nos dote de sentido por el cual vivir, interpelándonos hacia una respuesta responsable en el uso de nuestra facultad de inteligencia, que ha obviado aquel plus divino que configura nuestra subjetividad, al no considerar las categorías dadas por Gracia, como son la conciencia y libertad, las cuales condicionan nuestra humanidad como sujetos. Ante una cosmovisión exenta de dicha realidad fundante la manipulación eugenésica aparece sin que se asuma la responsabilidad, ni se considere un aspecto teleológico de la existencia humana, de tal manera que el hombre opta por encerrarse en un fin evolutivo natural fatalista, en que su conciencia y libertad no son responsable ante Otro; como si solo lo fueran ante la naturaleza, un error que no considera que “no se puede ser responsable ante una realidad impersonal como es la naturaleza, sino solamente ante un ser personal”[8].
Sin dudas que vivimos en una sociedad pluralista en la cual nos enfrentamos a dos procesos que buscan construir un marco ético: “El primero es negativo, delineando los límites críticos que deben respetarse para evitar la ulterior fragmentación de la sociedad y recuperar la confianza básica constructora de la ciudadanía.  El segundo es positivo, despertando el sueño de ideales que yacen en el corazón humano resistente a todo discurso que se limita tan sólo a lo pragmático”[9].
Lo anterior puede plantearse desde las enseñanzas de la Enciclica Veritatis Splendor de Juan Pablo II, en ella se propone un modelo ético de la Opción Fundamental, en que el hombre más que elegir cosas se elige a sí mismo, orientando su vida de acuerdo a valores que emergen del querer fundamental de realización, plenitud o felicidad que habita en el fondo de todo ser humano, teniendo ante sí dos opciones fundamentales: “la opción por la vida, por la apertura a los demás, a la fe, por la aceptación del Otro o, por el contrario, el encerramiento, la clausura en sí mismo, el egoísmo, que en definitiva es la opción por la muerte”[10].
Tanto “Un mundo feliz” como el filme “Gattaca” nos alertan ante las consecuencias de una sociedad cuyo protagonismo humano en su dimensión social, es agredido con la perdida de las relaciones basadas en la confianza y solidariad, evidenciando un pluralismo que denota un relativismo ético en que los seres humanos dejan de compartir un horizonte valórico, mostrándose más preocupados de reducir al otro en su beneficio propio en una total ausencia de un corazón solidario.
Finalmente en la historia de la humanidad seguirán desarrollándose la ciencia y la tecnología, aunque no podamos asegurar que ante ellas los seres humanos logremos proteger nuestra propia dignidad, quizás sea atingente tener presente “la autocomprensión ética de la especie de la que dependa si podemos continuar comprendiéndonos a nosotros mismos como autores indivisos de nuestra biografía y reconociéndonos los unos a los otros como personas que actúan autónomamente”[11], es decir que mantengamos el derecho a conservar nuestra biografía genética sin manipulación respetándonos ser nosotros mismos.  

Bibliografía


[1] Habermas, Jürgen. El futuro de la naturaleza humana ¿Hacia una eugenesia liberal?, Barcelona, Paidos Ibérica, 2002. p. 34
[2] Verspieren, Patrick. La clonación humana y sus avatares. Revista Selecciones de Teología. Vol 40 Nº 159, 2001. p. 225-234
[3] Shayegan, Daryush. La luz viene de occidente. Ed. Tusquets ensayos. España 2008. p. 317
[4] Sayés, José A. Principios filosóficos del Cristianismo. C.B. Comercial Editora. España. 1990 p. 69
[5] Huxley, Aldous. Un mundo Feliz. Ediciones de Bolsillo. España, 2014.
[6] Canals, Sergio. Algo resuena en lo profundo, Uqbar Edotores, Santiago, 2015. p. 32
[7] Abrigo, Carlos. El origen divino de la subjetividad en la reflexión teológica de Juan Alfaro. Las repercusiones en el hombre y las tensiones intelectuales del autor presentes en este proceso. Rev. Teología y Vida,. Santiago 2015. 56/1. p. 105
[8] Ibid., p.109
[9] Mifsud, Tony. Sugerencias éticas para un desarrollo humano. Universidad Alberto Hurtado. Clase Magistral, 22 de marzo de 2001
[10] Martínez C.,Juan A. Libertad de Verdad. San Pablo, Teología Siglo XXI. Madrid 1995.  p. 186
[11] Habermas, Jürgen. El futuro de la naturaleza humana ¿Hacia una eugenesia liberal?, Barcelona, Paidos Ibérica, 2002. p. 41

Monday, October 12, 2015

Eutanasia: Mirada desde un optimismo estratégico

La muerte es una situación límite que el ser humano ineludiblemente deberá enfrentar al termino de su vida, la interrogante ética es si el hombre puede buscarla o solicitar asistencia para su propia muerte, pues evidente que un ser humano no muere para sí mismo. La sociedad no puede excluirse de la responsabilidad ética de procurar la atención asistencial de aquellos pacientes terminales, cuya calidad de supervivencia  sea sin el respeto irrestricto a su dignidad como persona, no sólo desde la perspectiva corporal sino que también espiritual.
En tal sentido Karl Rahner señala que “el termino del Hombre como persona espiritual que decide libremente su propia suerte, ha de ser consumación activa desde dentro, situarse activamente en su perfección o imperfección, dar el postrer testimonio, que resulta y como resume en general toda su propia vida. En este caso la muerte lleva consigo la total posesión de sí mismo por parte de la persona”[1].
El derecho de un paciente a morir con dignidad su propia muerte es una situación que no sólo se remite a la persona que demanda la obligación moral de dejar morir, sino que también involucra al personal médico y el entorno asistencial, como a su  propio entorno familiar.  Sin dudas que vivimos en una sociedad pluralista en la cual nos enfrentamos a dos procesos que buscan construir un marco ético: “El primero es negativo, delineando los límites críticos que deben respetarse para evitar la ulterior fragmentación de la sociedad y recuperar la confianza básica constructora de la ciudadanía.  El segundo es positivo, despertando el sueño de ideales que yacen en el corazón humano resistente a todo discurso que se limita tan sólo a lo pragmático”[2].
Lo anterior puede plantearse desde la enseñanzas de la Enciclica Veritatis Splendor de Juan Pablo II, en ella se propone un modelo ético de la Opción Fundamental en que el hombre más que elegir cosas se elige a sí mismo, orientando su vida de acuerdo a valores que emergen del querer fundamental de realización, plenitud o felicidad que habita en el fondo de todo ser humano, teniendo ante sí dos opciones fundamentales: “la opción por la vida, por la apertura a los demás, a la fe, por la aceptación del Otro o, por el contrario, el encerramiento, la clausura en sí mismo, el egoísmo, que en definitiva es la opción por la muerte”[3]
Impactante portada de TIME
En pleno siglo XXI se acrecienta la dificultad de atender a la recomendación de San Agustín cuando nos señala que: “nunca es lícito matar a otro; aunque él lo quisiera, incluso si lo pidiera, cuando, suspendido entre la vida y la muerte, suplica que le ayuden a liberar su alma que lucha contra las cadenas del cuerpo y desea romperlas, no es lícito ni siquiera cuando un enfermo no esté en condiciones de sobrevivir”[4]. Sin dudas que los avances científicos y tecnológicos han obligado a la Iglesia a enfrentar estas disyuntivas éticas, aunque han mantenido esta mirada agustiniana. Es así como el propio Papa Pío XII se vió enfrentado; al inicio de la segundad mitad del siglo pasado,  a la dificultad de definir cuando en un moribundo se separa el alma del cuerpo para considerarlo muerto, optando en la oportunidad de dejarle a la ciencia dicha responsabilidad resolutiva.
Aunque la encíclica Veritatis Splendor advierte sobre los peligros de desvío en la aplicación del modelo ético de la opción fundamental, es evidente que este ha permitido un avance en “que la evaluación moral aparece con cierto sentido existencial, biográfico, afectando la integridad de la persona en su profundidad  y evitando el sabor legalista y desencarnado de la ética casuista”, y por consiguiente “descubrir la opción fundamental de una persona (o la propia) ayuda a comprender mejor el sentido de las acciones de alguien, su grado de coherencia”[5].
En opinión de Tony Mifsud “el valor de la vida humana incluye el cuidado de su calidad. En otras palabras, lo fundamental no consiste en prolongar la vida como el fin exclusivo de la práctica médica, sino también cómo sanar y aliviar el sufrimiento de quienes así lo necesiten”[6]. Es evidente que la eutanasia se nos muestra como un grito desesperado, no obstante la actitud no puede centrarse en una solución únicamente desde la perspectiva de las respuestas invasivas científicas y tecnológicas, pues estamos frente a personas que demandan un nivel de comprensión, al enfrentar el límite de sus vidas, donde el dolor sea tratado considerando su dignidad humana.
Acaso los defensores de la eutanasia pueden decidir que un tratamiento del dolor y cuidados paliativos de un enfermo terminal, con una adecuada intervención en el manejo sintomático, incluyendo la necesaria asesoría psicológica de la familia, no afectarían la decisión de un paciente por la opción de la vida y no de la muerte. Tony Mifsud propone esto, en que “la ética cristiana habrá de ofrecer un marco de sentido al enfermo terminal y a su familia”[7]. Es oportuno recordar que estamos en un mundo interrelacionado, un mundo de vida descrito por Habermas como: “el horizonte de experiencias que no pueden traspasarse, que solo acompaña intuitivamente, y como fondo de vivencia solo objetivamente presente de una existencia cotidiana personal, ubicada históricamente, encarnada corporalmente y socializada comunicativamente”[8].
Es un hecho que la vida tiene valor porque está referida a una persona que es claramente identificable, que además es un sujeto que vive construyendo su propia biografía, lo que es más que el hecho biológico de vivir, es decir lo más importante es vivir y no el hecho de estar vivo. De aquí que uno de los criterios más utilizado para justificar la eutanasia sea la calidad de vida, la afectación de este criterio por no poder realizar los intereses propios, padecer de un sufrimiento inútil y no poder sostener la dignidad son razones suficientes para demandar una muerte digna.
 En definitiva no hay una respuesta definitivamente sobre la aceptación de la eutanasia, sin duda que ante la necesidad concreta de una decisión el análisis deberá tratarse caso a caso. Ante esta dificultad que me supera, para finalizar me apoyaré en la propuesta de Hilary Putnam que cita  el optimismo estratégico de John Dewey, considerando el siguiente texto, y apelando a la indulgencia de ustedes lectores por tan larga cita: “El bien no puede percibirse por los sentidos ni probarse mediante el cálculo del beneficio personal. Implica una radical empresa de la voluntad en interés de lo que es invisible y prudencialmente incalculable. Sin embargo, semejante optimismo de la voluntad, semejante determinación del hombre de que, en la medida de que dependa de su elección, sólo reconocerá el bien como real, es muy diferente de un rechazo sentimental a ver la realidad de la situación tal cual es. De hecho, cierto pesimismo intelectual, en el sentido de estar dispuesto sin titubeos a sacar a la luz cuestiones espinosas, a reconocer y buscar injusticias, a advertir cómo el presunto bien se usa a menudo para ocultar lo que es en realidad un mal, forma parte necesariamente del optimismo moral orientado activamente a que prevalezca lo correcto. Cualquier otro punto de vista reduce la aspiración (a realizar lo correcto) y la esperanza (de su primacía), que constituyen la esencia del coraje moral, a una alegre y superficial propensión a ver o esperar lo mejor de las cosas; y, al ser incapaz de contemplar el mal hecho a los demás en su irreflexiva búsqueda de lo que llama “bueno”, linda con la brutalidad, una brutalidad bañada por una atmósfera de sentimentalismo y en la que florecen los eslóganes del idealismo” (Dewey, Ethics. 1908, p.371)[9].



[1] Rahner, Karl. Sentido teológico de la muerte. Barcelona 1965. p. 34
[2] Mifsud, Tony. Sugerencias éticas para un desarrollo humano. Universidad Alberto Hurtado. Clase Magistral, 22 de marzo de 2001
[3] Martínez C.,Juan A. Libertad de Verdad. San Pablo, Teología Siglo XXI. Madrid 1995.  p. 186
[4] San Agustín. Ep 204,5: Corpus scriptorum ecclesiasticorum latinorum 57, 320
[5] Martínez C.,Juan A. Libertad de Verdad. San Pablo, Teología Siglo XXI. Madrid 1995.  p. 192
[6] Mifsud, Tony. Decisiones responsables. Una ética del discernimiento. Ediciones Universidad A. Hurtado. Santiago 2012. p. 365
[7] Ibid., 367
[8] Habermas, Jürgens. Mundo de la vida, política y religión. Editorial Trotta. Madrid 2015. p.  24
[9] Putnam, Hilary. Ética sin ontología. Alpha Decay. Barcelona 2013. p. 29-30