"Veritatis simplex oratio est"

Séneca

Sunday, September 30, 2007


Acumulación estética hogareña
Francisco de la Fuente V.
Durante una agradable tertulia en mi casa, tuve una experiencia fugaz, que me ha motivado a comentar la acumulación de objetos de arte, a los que les he dado la importancia de simples hechos que emergen en un acto de vida o más precisamente como un acto humano propiamente tal.

Mientras mostraba una de las tantas figuras de arte, y en específico aquella tallada en madera originaria de la Isla de Pascua, que representa un moais femenino en pleno desarrollo de un parto. La tomé entre mis brazos cobijándola cariñosamente, lo cual provocó que una de las personas presentes exclamará que se presentía que quería mucho tales figuras.

Una respuesta rápida; si es que la pregunta lo hubiere demandado situación que no fue así, es que si amo estas obras de artes, lo cual no quiere decir que dicho sentimiento este relacionado con la estructura organizada de la materia que las compone. El tema es que mi relación afectuosa con ellas ante mi apreciación con el aporte de mis sentidos, va más allá de un análisis intelectual,.

Ciertamente esto es un hecho que se corresponde con la manera personal que tengo para apreciar la belleza, y por ende lo estéticamente bello. La conservación de una serie de obras representativas de las diversas maneras de hacer arte, es una acción que va más allá de una simple acumulación de objetos materiales, por el sólo placer neurótico de acumular cosas en una actitud obsesiva, convirtiendo mi entorno hogareño en un museo, aunque de hecho así sea.

Existen muchos museos en el mundo que se pueden visitar, pudiendo sentarnos frente a una obra artística que nos maraville en particular, llenándonos de gozo comunicativo ante lo bello. Una experiencia personal es la que he tenido en más de una oportunidad frente al cuadro de Velásquez denominado “Las Meninas”, que se encuentra ubicado en el Museo del El Prado en Madrid. No obstante esto, es que deseo en esta oportunidad acotar mi acción discursiva a la existencia de una categoría de museos, que podríamos bien reconocer bajo el concepto de Casas-Museos, los cuales tiene como fin último el mostrar los hogares de personajes importantes, por haber logrado un reconocimiento social en algunas de las diversas disciplinas humanísticas o científicas, en su paso por la historia de la humanidad.

Para una mejor precisión y acercamiento a la idea de este concepto de Casa-Museo, en este caso elegiré para hacer mi comentario las casas del poeta chileno, premio Nóbel de Literatura Pablo Neruda. Destacando que de sus tres casas sólo dos son mis preferidas “La Sebastiana” y “La Chascona”, pues ellas me motivan a buscar la relación estética que tenía Neruda con la diversidad de artículos artísticos que decoraban sus casas, lo cual provoca en mi un deseo impaciente y anacrónico de conocer el nexo comunicativo de esos objetos y Neruda, demandando que éste en un lenguaje postmortem me explique el porque cada uno de esos objetos han sido extraviado desde una casa de antigüedades, o de una Feria de Pulgas de algún recóndito lugar geográfico del mundo, para llegar a decorar un rincón de dichas casas.

Quizás las razones de Neruda no sean las mismas que las mías, ello nunca lo sabré. Sin embargo, tengo el presentimiento que tanto él como yo concordamos que nuestras razones no son azarosas, y que a ambos nos embarga una motivación filosófica que toca al pasar las ideas de Nietzsche y de Foucault, quienes muestran que la existencia de un paradigma metafísico es posible a través de un único camino que atienda a la potencia creativa, la armonía retórica y práctica plena de delirio imaginativo. El mismo Heidegger lo advierte cuando nos enuncia que: “poéticamente es como el hombre hace de esta tierra su morada”.
Sólo me queda creer; lo cual por ser una creencia en sí implica mi ignorancia, que Neruda construyó sus moradas como yo construyo la mía.

Enfrentarse a una obra de arte de cualquier naturaleza es un acto de crear un espacio-tiempo mediante un análisis transversal de una obra de vida, que nos comunica en su lenguaje de ensoñación la verdadera actividad paradigmática de su autor. Este gesto es esencialmente nietzschiano de hacer de nuestras vidas una obra de arte, al entregarnos al gozo de hacernos a través de nuestras actos, como único fundamento metafísico que sazona nuestra vivencia humana.

Quizás el arte absorbe nuestros pensamientos por momentos plenamente, en un nexo de voluntad y poder, desde una perspectiva foucaultiana en que la libertad es un factor condicionante para el poder, el cual no realiza un contenido, ni transita hacia un horizonte determinado, sino que se convierte en una relación estética en la que se despliega la libertad. Así el poder no se circunscribe a lo político y jurídico, sino que alcanza un estadio filosófico complejo e intrincado que se adscribe en la dimensión estética-ontológica de la voluntad de poder. Es decir para Foucault el poder se ejercita en una estética dionisiaca nietzschiana que consiste en hacer de la vida una obra de arte.

Es así que al observar un objeto de arte, no podemos dejar fuera la voluntad del artista que nos entregó dicho objeto, pues lo bello no se puede confinar como una simple pieza numérica de museo. Lo bello acaece como gozo, como dolor, extasiándonos en su encuentro de vida, como acto de vivencia corporal. Bien dice Foucault: “ Lo que me sorprende es el hecho de que en nuestra sociedad el arte se ha convertido en algo que no concierne más que objetos y no a los individuos ni a la vida. Que el arte es una especialidad hecha sólo para expertos, que son los artistas. Pero ¿por qué no podría cada uno hacer su vida una obra de arte?

La vida puede sobrevivirse sin el arte pero no vivirse, el placer de elisión corporal-objeto de arte es un sentimiento de gozo estético que me recuerda la lectura de esos dos grandes del arte literario como son Yasunari Kawabata y Yukio Mishima, escritores que demuestran que los japoneses tienen mucho que aportar para guiarnos hacia el gozo estético, como un advenir del arte o de los objetos de arte, participándonos del acto humano en sus límites de la vida y de la muerte.

Amo los objetos de arte que me acompañan porque dialogan conmigo, apoyándome, disolviéndose y extraviándose en mi cuerpo, haciendo de mi vida una obra de arte, enseñándome a comunicarme y comprender al “otro” desde la perspectiva estética primordialmente, más que desde la de constructos intelectuales, pues pienso fervientemente que la cercanía a lo humano parte por entender las sensaciones y emociones del “otro”, sólo así podré amar el quehacer humano, y dar al otro un mejor posible a partir de mi fragilidad.